Morel y su isla

La construcción del científico y su anhelo utópico en La invención de Morel (1940)

Andrei Guadarrama
Giovanni Alejandro Pérez Uriarte

Los individuos de todas las épocas han puesto sus anhelos en diversos paradigmas; sus ilusiones se ven depositadas, según sea el caso, en la benevolencia de Dios, la buena fortuna o el desarrollo de la ciencia. La humanidad suspira por el próximo invento científico que le permita viajar al otro lado del mundo en un par de segundos, que le salve del SIDA o que le proporcione la vida eterna. Pero la ciencia no surge por generación espontánea; se realiza por el trabajo y la dedicación de un individuo que entrega años de su vida a la investigación y el estudio de las diversas disciplinas; este sujeto olvidado, el científico, eclipsado por la luminosidad de sus logros, es quien le da vida a la ciencia misma. La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, nos acerca al hombre de ciencia visto desde la ficción, planteando que la ciencia no es una entidad que vive por sí misma, sino que obedece a los intereses de los seres humanos.

La novela fue publicada periódicamente durante 1939 en la revista Sur, en Argentina. En 1940 se publicó su versión corregida, después de dos revisiones a cargo de Jorge Luis Borges.[1] Esta novela forma parte de un grupo de textos que constituyen al científico como un sujeto literario. Escritores de otras regiones y otras lenguas como Mary Shelley, H.G. Wells o Ray Bradbury articularon ficciones en las que la ciencia y su sujeto, el científico, desempeñan un papel central en el contexto en que su trama se desenvuelve.
¿Cómo caracteriza el discurso literario, específicamente el articulado por Adolfo Bioy Casares, al científico? Proponemos que la novela lo construye como un sujeto absoluto que se impone para satisfacer su anhelo utópico. Ahora bien, ¿cuál es el límite entre la utopía de Morel y una probable distopía? Sugerimos que el escrito expone que los límites entre utopía y distopía están dados en función de las miradas de los sujetos en cuestión.
Aunque poco difundida a gran escala, La invención de Morel se hizo con los años de un lugar entre los lectores y de la atención de los críticos. Desde la crítica literaria Mara García y Francisca Suárez han tratado su elemento fantástico[2]. El amor y el papel de la mujer, también han sido aspectos analizados en la novela; M. Monmany y Margo Glantz se encargaron de ello en dos artículos breves y precisos[3]. La relación entre la poética de Bioy Casares y las ideas borgianas son estudiadas por Javier Rodríguez Barranco[4]. No podemos dejar de contemplar un trabajo atípico encabezado por Alfonso de Toro y Susana Regazzoni. En él, la novela escapa al exclusivo análisis literario de los aspectos antes mencionados, para darle pie a un trabajo interdisciplinario que analiza la obra de Bioy Casares desde la filosofía, la teoría de la cultura, la crítica literaria y la historia[5]. Sobre las ideas en torno a la utopía y el paraíso en la obra del escritor argentino, Suzanne Jill Levine y Daniel Gonzales Dueñas entablan una discusión.[6]
Primero explicaremos las características del científico construido en La invención de Morel como sujeto absoluto; después mostraremos cómo se construye la utopía de Morel, y cómo ésta es al mismo tiempo la distopía de otro personaje. Las diferencias de ambos conceptos y su complicada relación serán los temas analizados.

La lejanía de Morel: el científico absoluto

Poco a poco se nos aparece una figura lejana, pocas veces vista. Un sujeto alto, de piernas flacas, piel marmórea y manos delicadas. Habla un perfecto y artificial francés. Entonces se percibe su boca redonda, pequeña, que vocaliza infantilmente mientras su rostro es decorado con una barba de apariencia postiza. Usa pantalones blancos y zapatos del mismo color. ¿Quién es este sujeto de tan particular apariencia? Es Morel, el científico.
El narrador de la novela de Bioy Casares, un perseguido por la justicia, de a poco va descubriendo a Morel. Hay todo un halo de misterio en torno a nuestro científico. En su isla ha hecho construcciones que datan de 1924. La disposición arquitectónica permite la existencia de sótanos ocultos, en los que el protagonista encuentra la expresión secreta del proyecto de Morel: un conjunto de motores conectados, mediante un tubo de hierro, a un rodillo con aletas ubicado en la costa de la isla. La función de este dispositivo es desconocida. Para el lector y para el protagonista, todo es un misterio que de pronto revela al científico como un ser capaz de disponer de la vida de un grupo de amigos. En la isla de Morel está instalado su último invento, capaz de producir hechos inverosímiles pero reales dentro del mundo creado por Bioy Casares: la máquina de la inmortalidad.
Morel es un ente que se nos aparece ajeno y desconocido. La ciencia y los conocimientos, también ajenos, se ofrecen como algo que está al alcance de la comprensión. Sin embargo el individuo perseguido, quien nos descubre a Morel a través de su diario, no comprende del todo al científico que se le aparece. Toda la escenografía[7] circundante a Morel –cuartos ocultos con paredes de porcelana, motores, presencia ubicua de libros- resulta impenetrable: “Para mí ha de ser imposible descubrir algo mirando las máquinas: herméticas, funcionarán obedeciendo a las intenciones de Morel”,[8] señala el protagonista. En este caso, el científico mismo entabla una barrera entre él y los otros, ocultando su invento en espacios inaccesibles de un lugar aislado.
Pero, ¿qué fines persigue Morel con su invención? La máquina de la inmortalidad, que registra todos los estímulos sensoriales para reproducirlos eternamente, es la herramienta que construye para alcanzar su utopía: la eternidad agradable en un paraíso. ¿Qué se nos revela en esta acción? La voluntad del científico literario construido por Bioy Casares, es apropiarse del destino de los demás. Morel explica a sus amigos sus planes y su actuar: “Había resuelto no decirles nada. No hubieran pasado por una inquietud muy natural. Yo habría dispuesto de todos, hasta el último instante, sin rebeliones. Pero, como son amigos, tienen derecho a saber.”[9] El científico registra a los habitantes de la isla sin su consentimiento. Dispone de sus vidas sin limitar su propia voluntad.
Esta cancelación del otro como condición necesaria de realización de un proyecto, sigue procedimientos lógicos. Sin embargo, Morel -¡el científico!- no se reduce a una racionalidad pura. Basta pensar que su invento está en función de problemas metafísicos: el temor a la muerte, la finitud de la vida y la felicidad. Por otro lado, al narrar los pasos que llevó a cabo para concretar su invento, demuestra una esperanzada ceguera hacia sus alcances y limitaciones. Además, el engaño le punza en la conciencia: “Hallar escrúpulos en Morel, por haber fotografiado a sus amigos sin consentimiento, me divirtió; en efecto, creí descubrir, en la mente de un sabio contemporáneo, la supervivencia de aquel antiguo temor”,[10] escribe en su diario el fugitivo.
Entonces, Morel se nos revela como un sujeto absoluto que impone su voluntad frente a los demás, afirmándose como un ser independiente y categórico, que trasciende aquello que limita sus ideales.[11] En tanto sus intenciones se ven limitadas por la libertad de sus amigos, el científico se las cancela. Decide no comunicarles su proyecto sino hasta que irremediablemente forman parte de él. Al respecto, el narrador afirma: “En verdad, hay que tener una conciencia muydominante y audaz, confundible con la inconsciencia, para hacer esta declaración a las propias víctimas; pero es una monstruosidad que parece no discordar con el hombre que, siguiendo una idea, organiza una muerte colectiva y decide, por sí mismo, la solidaridad de todos los amigos.”[12]
En suma, Bioy Casares construye al científico como una isla lejana, si no exótica, desconocida e impenetrable, difícil de aprehender. La apariencia de delicadeza física y de comportamiento de Morel en la que el narrador insiste, está íntimamente ligada a su labor: lleva a cabo un ejercicio eminentemente intelectual, carente de trabajo físico. Los procedimientos lógicos necesarios para concretar el invento de Morel están supeditados a  la realización de sus ideales, de su isla, de su utopía. La realización de esta utopía lo llevó a convertirse en sujeto absoluto. He aquí delineado al científico de Bioy Casares.

La isla: sueño y pesadilla

Jorge Ruedas de la Serna, esbozando la tradición que comenzó con Tomás Moro, plantea que la utopía es un lugar de evasión, en el que se cortan los vínculos con el resto del mundo, fuera del tiempo y de la historia: “el mundo utópico no se asienta en un lugar regalado por la naturaleza, sino constituido por el hombre”[13]. La construcción de una utopía implica encaminar los esfuerzos a la creación de un modelo normativo alternativo al existente.
En ese sentido, la isla de Morel, imaginada por Adolfo Bioy Casares, marca una ruptura con las utopías clásicas. Se ubica en un espacio alejado y bien delimitado, que busca repeler el mundo exterior. Morel invierte su fortuna en la construcción de un museo, una iglesia, una pileta y su invento. Sin embargo, no es para instalar ahí un nuevo centro ideológico, sino para erigir el imperio de la vida eterna. Al capturar las imágenes de la ociosa y feliz semana con sus amigos, Morel no pretende crear vida, sino reproducirla eternamente. Afirma: “La eternidad rotativa puede parecer atroz al espectador; es satisfactoria para sus individuos.”[14] El científico cree haber regalado a sus amigos una eternidad agradable. “Esta isla, con sus edificios, es nuestro paraíso privado”[15] anuncia Morel. Entonces cree conseguir su objetivo: establecer un monopolio sobre sus amigos. Su utopía parece realizada. Ha constituido su paraíso, la reproducción eterna de sus días felices.
Sin embargo, este paraíso es vulnerable. Una vez enterado de las maniobras de Morel, el fugitivo da cuenta de la existencia paralela de dos realidades de tiempos diversos en un mismo espacio: paraíso y mundo terrenal. Las imágenes del primero no pueden evitar que los humanos, finitos, las destruyan o que desconecten la máquina. Por eso el aislamiento del paraíso, para proteger a las indefensas imágenes. Daniel González Dueñas agrega que esta vulnerabilidad también está dada por la revelación del secreto al grupo de amigos. Es un paraíso cuyos habitantes han perdido la inocencia a través del conocimiento del mismo. El científico vulneró su utopía, afirma González Dueñas, en tanto les concedió el derecho a sus amigos de conocer su destino, y puso en peligro la felicidad que dependía de la ignorancia.[16]
La constitución de la utopía de Morel, además de padecer la vulnerabilidad ya explicada, no es  extensiva a todos los personajes de la novela. ¿Qué significa esto? Morel trabaja, planea y construye su utopía, lo que no implica que sea la de Faustine y sus amigos. Morel no es consciente de ello, pues asume que su plan los hará felices.
Cuando Morel reúne a sus amigos para explicarles su empresa, es interrumpido por la molestia y el temor de uno de los acompañantes: Stoever. Éste comprende los sucesos y descifra el secreto que se esconde detrás de la explicación del científico. Los efectos de la máquina sobre las personas son evidentes: produce la caída de las uñas, el cabello, muere la piel y las córneas de los ojos y después de alrededor de quince días muere el cuerpo. El costo de la eternidad agradable ofrecida por Morel es la vida misma. La máquina inventada por el científico no produce vida, sólo reproduce los momentos vividos y ello no es precisamente la utopía de Stoever.
¿A qué se enfrenta este personaje?, ¿qué es la realidad en la que está inmerso, condenado? Es la distopía o “la inversión pesadillesca de la utopía ideal y perfectamente ordenada”[17], en palabras de Suzanne Jill Nevile. Así pues, Stoever, se encuentra atado y cae en la cuenta de su condición de prisionero. Su libertad ha sido cancelada y Morel lo ha condenado a una muerte lenta y dolorosa. Stoever estalla en cólera, impotente ante las decisiones del científico. Sin embargo, no puede hacer nada; su imagen se repite por la eternidad.
¿Qué tenemos en La invención de Morel? ¿Es tan sólo el relato de la utopía de un hombre de ciencia? ¿La narración sólo nos ofrece la visión utópica de un sujeto olvidado? En la novela nos encontramos con dos visiones irreconciliables: la utopía de Morel y la distopía de Stoever. Para Jill Nevile una heterotopía –término acuñado por Michel Foucault[18]-; para nosotros, una cuestión relativa. Ella afirma que en La invención de Morel se “tiende a borrar la disyunción utopía/anti-utopía.”[19] En una heterotopía no pueden ser nombradas las cosas o las percepciones. Nosotros sostenemos que la utopía o la distopía son órdenes perfectamente definidos, cuyas barreras son claras si los asociamos a los sujetos concretos; y en ese sentido definir la isla como uno u otro depende de la perspectiva de quien lo piensa. Morel tiene clara su idea utópica. En referencia al mismo hecho, Stoever lo ve como una distopía. Un mismo significante, con varios significados. La aparición de ambos sentidos ante una misma realidad no implica que se mezclen, conformando  heterotopías. En la novela de Bioy Casares utopía y distopía conviven, se oponen, se enfrentan, causan conflicto, más no por ello impiden ser identificadas, nombradas y percibidas.
Conclusiones

La ciencia responde a los anhelos, las necesidades y las frustraciones de los seres humanos. Este es uno de los múltiples sentidos de la novela de Adolfo Bioy Casares. Morel, aunque científico literario, expresa sus pasiones. Su invento y su isla nos recuerdan que la utopía y la distopía dependen de la relación pesadillesca o de ensueño que el ser humano establece con el entorno que construye, o en su caso, en el que se encuentra inmerso. Ahora, quizás conocemos un poco más a ese ser extraño, sintiéndolo más cerca. O puede que, debido a su calidad de sujeto absoluto, nos sintamos horrorizados ante este personaje. El lector decidirá. Puede dejar La invención de Morel en el librero, o, quizá imaginar que, mientras lee este texto, las imágenes del científico y sus amigos se reproducen en una isla del Pacífico.

Fuentes primarias

Bioy Casares, Adolfo. La invención de Morel. Madrid: Cátedra, edición de Trinidad Barrera, 2007.
             
Fuentes secundarias

Foucault, Michel, Las palabras y las cosas, México: Siglo XXI, 2010.
Gambetta Chuck, Aida Nadi. “El discurso fantástico anti-utópico de Adolfo Bioy Casares”, La experiencia literaria, núm. 6-7 (marzo): 125-134. México
García, Mara L.. “Lo fantástico y el proceso creativo en La invención de Morel”, Signos literarios y lingüísticos 2, núm. 2 (julio-diciembre): 123-129. México
Glantz, Margo. “Bioy Casares y la percepción privilegiada del amor: La invención de Morel y la arcadia pastoril”, Káñina 4, núm. 1 (enero-junio): 19-31. Costa rica
Goffman, Erwing. La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos Aires: Amorrortu.
Gonzales Dueñas, Daniel. “Los paraísos vulnerables”, Intermedios, núm. 2 (junio-julio 1992): 46-53. México
Jill Nevile, Suzanne. “Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges: la utopía como texto”, Revista Iberoamericana, núm. 100-101 (julio-diciembre): 415-432.
Monmany, M. “Las mujeres imposibles de Bioy Casares”, Biblioteca de México, núm. 23-24 (septiembre-diciembre): 73-77. México
Nitschack, Horst. “Cidade de Deus de Paulo Lins y La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo: el adolescente como sujeto absoluto” en Barbara Potthast y Sandra Carreras (eds.), Entre la familia, la sociedad y el Estado. Niños y jóvenes en América Latina (siglos XIX-XX). Iberoamericana, 2005.
Rodríguez Barranco, Francisco Javier. La vida de una imagen: Adolfo Bioy Casares y su diálogo con Borges, Málaga: Universidad de Málaga, 2005.
Ruedas de la Serna, Jorge A. Los orígenes de la visión paradisiaca de la naturaleza mexicana, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2010.
Suarez Coalla, Francisca. Lo fantástico en la obra de Adolfo Bioy Casares, Toluca: Universidad Autónoma del Estado de México, 1994.
Toro, Alfonso de y Susanna Regazzoni (eds.), Homenaje a Adolfo Bioy Casares. Una retrospectiva de su obra, Madrid: Vervuert, 2002.

1


[1] Las diferencias entre las dos versiones no tienen injerencia en la construcción que se hace del científico. Para efectos de la presente investigación, las modificaciones, que constan en correcciones de palabras y de signos de puntuación, no son de relevancia. De cualquier modo es importante que el lector sepa que utilizamos la edición definitiva, puesto que fue la que se publicó una vez hechas las correcciones.
[2] Mara L. García, “Lo fantástico y el proceso creativo en La invención de Morel”, Signos literarios y lingüísticos 2, núm. 2 (julio-diciembre): 123-129. Francisca Suarez Coalla, Lo fantástico en la obra de Adolfo Bioy Casares, (Toluca: Universidad Autónoma del Estado de México, 1994).
[3] M. Monmany, “Las mujeres imposibles de Bioy Casares”, Biblioteca de México, núm. 23-24 (septiembre-diciembre): 73-77. Margo Glantz, “Bioy Casares y la percepción privilegiada del amor: La invención de Morel y la arcadia pastoril”, Káñina 4, núm. 1 (enero-junio): 19-31.
[4] Francisco Javier Rodríguez Barranco, La vida de una imagen: Adolfo Bioy Casares y su diálogo con Borges, (Málaga: Universidad de Málaga, 2005).
[5] Alfonso de Toro y Susanna Regazzoni (eds.), Homenaje a Adolfo Bioy Casares. Una retrospectiva de su obra, (Madrid: Vervuert, 2002).
[6] Daniel Gonzales Dueñas, “Los paraísos vulnerables”, Intermedios, núm. 2 (junio-julio 1992): 46-53. Suzanne Jill Levine, “Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges: la utopía como texto”, Revista Iberoamericana, núms. 100-101 (julio-diciembre 1977): 415-432.
[7] Erwing Goffman ha propuesto que la escenografía, entendida como el conjunto de elementos simbólicos utilizados por el sujeto, tiene modalidades de exhibición socialmente codificados. En ese sentido, es importante en la construcción de un sujeto. Ver Erwing Goffman, “Actuaciones”, La presentación de la persona en la vida cotidiana, (Buenos Aires: Amorrortu, 1981), pp. 12-42.
[8] Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel, (Madrid: Cátedra, 2007), p. 165.
[9] Bioy Casares, La invención,  p. 152. Subrayado nuestro.             
[10] Bioy Casares, La invención, p. 178.
[11] Siguiendo a Horst Nitschack, “Cidade de Deus de Paulo Lins y La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo: el adolescente como sujeto absoluto” en Barbara Potthast y Sandra Carreras (eds.), Entre la familia, la sociedad y el Estado. Niños y jóvenes en América Latina (siglos XIX-XX), (Madrid: Iberoamericana, 2005), pp. 311-331.
[12] Bioy Casares, La invención, p. 178. Subrayado nuestro.
[13] Jorge A. Ruedas de la Serna, “Capítulo I. De arcadia y utopía”, Los orígenes de la visión paradisiaca de la naturaleza mexicana, (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2010), pp. 45–46.
[14] Bioy Casares, La invención, p. 169.
[15] Bioy Casares La invención, p. 162
[16] González Dueñas, “Los paraísos vulnerables”, p. 53.
[17] Jill Levine, “Adolfo Bioy Casares”, p. 428.
[18] Aquí la definición: “Las heterotopías inquietan, sin duda porque minan secretamente el lenguaje, porque impiden nombrar esto y aquello, porque rompen los nombres comunes y los enmarañan, porque arruinan de antemano la ‘sintaxis’, y no sólo la que contruye las frases: también aquella menos evidente que hace ‘mantenerse juntas’ (lado a lado y frente a frente unas a otras) las palabras y las cosas.” En Michel Foucault, “Prefacio”, Las palabras y las cosas, (México: Siglo XXI, 2010) p. 11.
[19] Jill Levine, “Adolfo Bioy Casares”, p. 430.

No hay comentarios:

Publicar un comentario